Atormentado por el Miedo


El niño se volvió cada vez más distante, alejándose de sus actividades habituales y perdiendo interés en sus juguetes. Su una vez animado semblante se desvaneció, reemplazado por el silencio y la inquietud. Por la noche, la casa tranquila se rompía con sus gritos mientras despertaba de pesadillas, gritando: “¡Esa no es mi hermana!”.

Sus padres corrían a consolarlo, abrazándolo e intentando calmar su cuerpo tembloroso. Pero ninguna cantidad de consuelo parecía aliviar su terror. El pánico puro en su voz les perforaba el corazón, y para el padre, era otro empujón hacia la creencia de que algo andaba profunda y perturbadoramente mal.

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